viernes, 6 de mayo de 2016

Estructuralismo

Soy un signo flotando entre lenguajes y códigos que no me descifran como si fuese extranjero en el vocabulario del mundo el pasillo del aeropuerto menos transitado. Como un mar de espesos sentidos o una lengua muerta. Y es así que no hay nada más terrible que no tener ancla ni acera. Lo que somos y lo que hacemos, nuestros bordes ásperos o suaves redondos, azules o plurales, solo existen si se encadenan por sucesiones de sentido. Así, para darte un ejemplo existe el lenguaje de las manos para decir estoy triste que es comprensible incluso sin usar el lenguaje de los llantos o las palabras. Existe el lenguaje de la campera en el brazo del que está apurado y existen infinitos otros medios de comunicación actividades que se hacen de forma distinta según los practicantes. Muchas veces al día creo estar caminando con la seguridad de un joven de veintitantos y los otros ven una alfombra flotante, o creo expresar con mis ojos deseo por tu ombligo y solo me sale el sonido que hace una mandarina al ser pelada. Si yo floto a la deriva intraducible entonces qué esperanza me resguarda de no ser tronco de río polvo en el aire o peor ya que ellos tendrán sus sentidos. Quise construir con tristeza mi diccionario y me salió una escalera. La usaré para saltar a la tapia de mis vecinos -mi tristeza no es tanta ni es tan alta la tapia- Buscar, entre los pastos altos las verdades que se fueron abandonando y una pelota que tiré allí por error para aventarla contra las ventanas y sus incrédulas narices. Esa ventana por donde miran un lenguaje de cielo. Ahí estará mi potencial: ¿el mundo creerá que quiero una traducción? que me entiendan no es fin, apenas es principio. Yo solo quiero el poder de decir que no me importan nada sus verdades a medias y la pelota más que para poder construir con mi tristeza, la profunda tristeza de que se me escape todo, la herramienta para que alguien llegue escuche y sin más explicaciones asienta.

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